Pequeñita

Los taconeos del último baile se escuchan lejanos, olvidados, danzando en sus oídos.

Ella está sentada en lo más bajo de las escaleras. Sus pies descalzos tocan el mármol, mientras sostiene sus zapatitos de charol en las manos. Su pelo rubio recogido no soportó la noche entera, pero eso no era lo que le rondaba a ella por la cabeza precisamente.

Se preguntaba si alguien podía sentirse tan feliz para siempre. Veía a muchas personas con una sonrisa permanentemente prendida en sus caras, pero sabía que, desgraciadamente, la palabra "permanentemente" no era un adverbio para la palabra FELIZ.

Y ella no es que haya sido infeliz, ni mucho menos. Su corta vida ha sido grata y bonita, con sus altibajos más que normales. Los mejores amigos aparecieron en su vida; es afortunada en casi todas la cosas de la vida. Aún así, siempre se preocupa de las cosas insignificantes que hacen que no se sienta del todo feliz. Es un fallo muy importante... y sabe que tiene que luchar contra eso.

Se asusta al escuchar que alguien se apresura hacia ella, miró hacia el foco del ruido; los pies de un chico. Le arrebató una sonrisa, una de las que te curan todas las heridas. Dio un respingo al sentir un escalofrío y, el atento chico, pensó que tenía frío. Le tapó los hombros con su chaqueta negra y no faltó el beso prendido en su frente.

-No me puedo creer que todo haya acabado -susurró el chico -Es raro volver a la realidad, ¿no? Tanta espectación y ahora todo ha acabado. ¿No sientes nostalgia?

-Sí, claro que sí -admitió ella, poniéndose los zapatos de tacón -Pero es así. Lo importante es que sabemos que esta no es la última vez.

Él le dio la razón, acariciándole los brazos. Aunque se sentía pequeñita mirándole a los ojos, se sintió segura por primera vez. Como le había dicho, sabía que aquello no sería la última vez.