Septiembre*

Tuvieron que pasar 22 días para que septiembre reluciera, para que septiembre fuera algo más que el mes de Green Day.

Septiembre sabe a hojas secas y decoloradas, a cafés tibios y a verano rancio. Huele a hojas de cuadernos y libros nuevos, a nuevas esperanzas. Septiembre siempre me ha dejado un sabor amargo, agrio como gotas de limón. Septiembre, mi temido septiembre...

Y de repente, septiembre cambia de color. De repente es un mes alegre, es un mes que recuerda a un encuentro frente a las vías del tren. A sillones tapizados en abrazos, a música retro, a personas tumbadas en el suelo, entre nubes. Sin explicación alguna, septiembre se convierte en el mes de las manos inseparables, de las sonrisas perpetuas, de los cuatro ojos pardos. Este mes supo a miradas victorianas en un instituto, a sol tardío, a horas efímeras. A corazones empapados en batido helado, a vivencias locas, a dientes perfectos.

Para mi un día, septiembre tomó forma de Coliseo*

tequiero, caballero de reluciente armadura (L)