Amor divino como eterno

Pregúntate, amado mío, dónde están las puertas del paraíso. Sortea la gran puerta dorada de los cielos, burla al Gran Dios y escapemos en el carro de Apolo para abrir paso a nuevos días. Muestra tu fuerza, tu valor, tu nobleza. Muestra todo aquello que te hace invencible, todo eso que me hizo llamarte cada noche a mi guarida. Marcha conmigo, a la batalla; acude al grito de guerra de tu hermana Atenea. Empuñemos nuestro amor, hiramos al dolor, detengamos el fuego de la envidia. Y amémonos... amémonos antes de que el pequeño Eros despierte, y de nuevo mi pecho tenga que darle.

No quiero ser más esclava de Hefesto, amorío de Hermes ni objeto de pintores... quiero que me conquistes, que me tomes como tierra prometida. Acaba de gastar vidas griegas en el frente para llevarlas al abrazo de Hades, no enfades más a los reyes de nuestra tierra. Y amémonos... amémonos antes de que vuelva a caer nuestra Troya.

Diosa hermosa y conquistadora seré al lado de tus atléticos músculos, de tu cuerpo griego perfecto y marmóreo. Diosa sinuosa, con togas sedosas que hagan brillar mi piel. Hermanos, sobrinos, hijos divinos a quien esconder este secreto. Estos labios sagrados que otros esculpirán en los templos, que se encuentran furtivamente detrás de las miradas. Diosa eterna, dios que adoran todos...

Ares, señor de mi Grecia, reclama la contienda en nuestro lecho.