(Hall Napoleón, Louvre)
Otra joya del Louvre era la Venus de Milo que, para mi decepción, pocos alumnos sabían de su existencia. En la parte de Mesopotamia cabe destacar los dos Toros Alados que presentaban a las demás obras. Dentro estaba el Código de Hammurabi, donde están recogidas las primeras leyes (por lo menos las más antiguas encontradas) de la historia. En una de las salas contiguas encontramos a Las Tres Gracias, tres hijas de Zeus; y a una estatua de Mercurio bastante conocida. Me sorprendió el Tapiz al Elefante de la India a bien y me decepcionó un poco la estatua de El Escriba Sentado, puesto que me lo imaginaba mucho más grande de lo que en realidad era. Pero aún así, la profundidad de sus ojos y la conservación me llamó mucho la atención.
Luego, por último, visitamos la fortaleza, los fosos del Louvre Medieval. Había frases luminosas en francés que explicaban un poco para qué servía esos lugares y la importancia de la fortaleza, pero mi francés no es tan rico como me gustaría, así que no lo entendí del todo bien. Y por mucho que buscamos las momias en la sección Egipcia, no las encontramos, pero me conformé con lo que vi. Grabados, utensilios de momificación, estatuas como la de Amenhotep IV y muchas más cosas con las que me acordé muchísimo de mi padre y de mi queridísima Bea.(Esfinge, Gioconda y Coronación de Napoleón)
Como nadie más quería empaparse más del Louvre, salimos del museo y nos quedamos debajo de la pirámide, viendo la Librería del Arte, la más importante de Francia. La que tiene más variedad, aunque no mejores precios. Estuvimos poco tiempo esperando en el hall Napoleón y luego salimos por la salida principal, la que sale directamente a la pirámide. Fue impresionante verla desde allí y contemplar entero el edificio del Louvre, tan colosal y hermoso. Enfrente, detrás de una rotonda, estaba el Arco de del Carrusel, que deja ver entre su arcada el Obelisco de Luxor y el Arco del Triunfo.
Lo sobrepasamos y dimos un paseo por el Jardín de las Tullerías, donde muchas personas se relajaban, leían, comentaban sin jaleo. En su centro había un estanque, con unas sillas un poco reclinadas que facilitaba el ayuntamiento. Algo sorprendente, ya que aquí en España las sillas durarían bastante poco. Dimos la vuelta y volvimos en dirección al Louvre para encontrar el Palacio Real. Tiene un nombre bastante grande, pero no es algo demasiado llamativo en lo que uno se deba parar demasiado a explicar. Sólo que había muchísimas bases de mármol, en las que se suele colocar estatuas.
Nos despertamos a las 06:30 para desayunar a las 7. Éramos tres grupos de diez alumnos que controlaba cada profesora: Pepi, Montserrat y Helena. A mi grupo ese día le tocaba desayunar a las 7; lo habíamos rifado al noble arte de “pito, pito, gorgorito”.
El metro nos llevó hasta los pies del Louvre, ese enorme museo desde 1793, donde se pueden ver más de 4800 obras artísticas en 273 habitaciones, con una extensión de 18 km de galerías. Entramos por la puerta de la boca de metro de Palais-Royal-Musée Du Louvre. Tuvimos que pasar unos escáneres hasta llegar al hall Napoleón, la base de la Pirámide de Cristal y también dejar los abrigos y bolsos en recepción. Dejaban hacer fotos sin flash, así que solamente llevaba mi libreta, un bolígrafo del hotel y mi cámara en los bolsillos.
Nuestro primer contacto con el arte del Louvre llegó con una escalera, que nos mostraba en lo alto a Niké de Samotracia, una escultura que fue creada para colocarla en la proa de algún barco griego. Luego, casi de soslayo, vimos el cuadro de La virgen de las tres rocas de Leonardo Da Vinci, que nos era conocida por la famosa novela de Dan Brown. Nos quedamos bastante rato en la sala de La Gioconda, la mayor joya del Louvre, leyendo todo sobre el cuadro de nuestro libreto que había preparado nuestro querido profesor de Historia. Era la obra que menos se me apetecía ver, pero cuando la tienes delante, entiendes la obra maestra que significa y el efecto que hace Da Vinci con su sonrisa y con sus dobles sentidos. Luego vimos un retrato de Goya y La Balsa de las Medusas, de Géricault. Una de las cosas que más me impresionó fue ver La Coronación de Napoleón (Jacques-Louis David), una obra que no le falta ningún detalle en sus dimensiones de 629 x 979 centímetros. Fui una de las pocas personas que se paró a tomar una foto de Eros y Psique, unas de las esculturas que más deseaba ver. Había escuchado mucho hablar sobre su historia y la escultura era simplemente bellísima.
(Eros y Psique y vista desde la escalera de Niké de Samotracia)El metro nos llevó hasta los pies del Louvre, ese enorme museo desde 1793, donde se pueden ver más de 4800 obras artísticas en 273 habitaciones, con una extensión de 18 km de galerías. Entramos por la puerta de la boca de metro de Palais-Royal-Musée Du Louvre. Tuvimos que pasar unos escáneres hasta llegar al hall Napoleón, la base de la Pirámide de Cristal y también dejar los abrigos y bolsos en recepción. Dejaban hacer fotos sin flash, así que solamente llevaba mi libreta, un bolígrafo del hotel y mi cámara en los bolsillos.
Nuestro primer contacto con el arte del Louvre llegó con una escalera, que nos mostraba en lo alto a Niké de Samotracia, una escultura que fue creada para colocarla en la proa de algún barco griego. Luego, casi de soslayo, vimos el cuadro de La virgen de las tres rocas de Leonardo Da Vinci, que nos era conocida por la famosa novela de Dan Brown. Nos quedamos bastante rato en la sala de La Gioconda, la mayor joya del Louvre, leyendo todo sobre el cuadro de nuestro libreto que había preparado nuestro querido profesor de Historia. Era la obra que menos se me apetecía ver, pero cuando la tienes delante, entiendes la obra maestra que significa y el efecto que hace Da Vinci con su sonrisa y con sus dobles sentidos. Luego vimos un retrato de Goya y La Balsa de las Medusas, de Géricault. Una de las cosas que más me impresionó fue ver La Coronación de Napoleón (Jacques-Louis David), una obra que no le falta ningún detalle en sus dimensiones de 629 x 979 centímetros. Fui una de las pocas personas que se paró a tomar una foto de Eros y Psique, unas de las esculturas que más deseaba ver. Había escuchado mucho hablar sobre su historia y la escultura era simplemente bellísima.
Otra joya del Louvre era la Venus de Milo que, para mi decepción, pocos alumnos sabían de su existencia. En la parte de Mesopotamia cabe destacar los dos Toros Alados que presentaban a las demás obras. Dentro estaba el Código de Hammurabi, donde están recogidas las primeras leyes (por lo menos las más antiguas encontradas) de la historia. En una de las salas contiguas encontramos a Las Tres Gracias, tres hijas de Zeus; y a una estatua de Mercurio bastante conocida. Me sorprendió el Tapiz al Elefante de la India a bien y me decepcionó un poco la estatua de El Escriba Sentado, puesto que me lo imaginaba mucho más grande de lo que en realidad era. Pero aún así, la profundidad de sus ojos y la conservación me llamó mucho la atención.
Luego, por último, visitamos la fortaleza, los fosos del Louvre Medieval. Había frases luminosas en francés que explicaban un poco para qué servía esos lugares y la importancia de la fortaleza, pero mi francés no es tan rico como me gustaría, así que no lo entendí del todo bien. Y por mucho que buscamos las momias en la sección Egipcia, no las encontramos, pero me conformé con lo que vi. Grabados, utensilios de momificación, estatuas como la de Amenhotep IV y muchas más cosas con las que me acordé muchísimo de mi padre y de mi queridísima Bea.
Como nadie más quería empaparse más del Louvre, salimos del museo y nos quedamos debajo de la pirámide, viendo la Librería del Arte, la más importante de Francia. La que tiene más variedad, aunque no mejores precios. Estuvimos poco tiempo esperando en el hall Napoleón y luego salimos por la salida principal, la que sale directamente a la pirámide. Fue impresionante verla desde allí y contemplar entero el edificio del Louvre, tan colosal y hermoso. Enfrente, detrás de una rotonda, estaba el Arco de del Carrusel, que deja ver entre su arcada el Obelisco de Luxor y el Arco del Triunfo.
(Pirámide del Louvre)
Lo sobrepasamos y dimos un paseo por el Jardín de las Tullerías, donde muchas personas se relajaban, leían, comentaban sin jaleo. En su centro había un estanque, con unas sillas un poco reclinadas que facilitaba el ayuntamiento. Algo sorprendente, ya que aquí en España las sillas durarían bastante poco. Dimos la vuelta y volvimos en dirección al Louvre para encontrar el Palacio Real. Tiene un nombre bastante grande, pero no es algo demasiado llamativo en lo que uno se deba parar demasiado a explicar. Sólo que había muchísimas bases de mármol, en las que se suele colocar estatuas.
(Jardín de las Tullerías)
Ohhhh que envidia sana, un día en el Louvre, a la espera del siguiente capítulo estoy... muchos besos, ahora estudia como te dije por telefono pero con tranquilidad, sin agobios, tú puedes con todo... mil besos
ResponderEliminarEl Louvre....sueño con esa piramide invertida desde que terminé el Codigo Da Vinci...que envidia >.<
ResponderEliminarAlgún día me pondré delante de la Mona Lisa y creo que me echaré a llorar. No sé, cosas de conexion temporal y misterios no resueltos.
Genial el capitulo, sobretodo la reflexion de las sillas del ayuntamiento xDD
te quiero Juude!
Louvre...sublime...las Tullerías ...una leccion que me diste ayer...la primera y no ola última de mi vida...jejeje.Besitos
ResponderEliminarQue viaje tan genial!!!... al leerte veo que te divertiste y aprendiste mucho…besos princesa
ResponderEliminarUna delicia, mi niña, cada capítulo es más apasionado, me encanta que hayas sido como una esponjita en ese viaje, porque jamás olvidarás ni un segundo!
ResponderEliminarBesos,
Chiqui.-