"Vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor, aunque la violencia se practique a plena luz del día" John Lennon

lunes, 12 de abril de 2010

DÍA 3 (Capítulo I)



(Para subir a la Torre Eiffel)

A las 07:15 ya estábamos desayunando.
Cuando las profesoras nos dieron todos los tickets para los metros que íbamos a coger en el día, el suburbano nos llevó hasta la estación Bir-Hakeim, para subir a la Torre Eiffel de una vez por todas. Hacía mucho frío, pero dábamos saltitos y nos reíamos de nuestras propias payasadas mientras esperábamos a poder entrar en el Pilar Este, con cuervos sobrevolándonos maliciosamente.
Estábamos muy emocionados, sobre todo cuando subimos en ascensor hasta la segunda planta, de forma oblicua. Algunos se quedaron, pero casi todos queríamos ver París desde más arriba aún. En la última planta hacía muchísimo frío, pero aguantamos un poco y retuvimos bien las imágenes de ese París que ahora veíamos muy pequeño. Los Campos de Marte, Notre Dame, el Sacre Coeur… Cuando nos congelamos del todo, bajamos a la segunda planta, donde había diversos carteles que citaban los kilómetros que separaban a la Torre Eiffel de las diversas ciudades (Madrid, 1053 km; Barcelona, 830 km). El suelo de chapa estaba resbaladizo, pero aún así nosotros no parábamos de movernos. Fotos, ojos llameantes, suspiros que se quedaban en los cristales, junto al sonido de nuestras risas. Mucho no hay que contar… sólo que subir a esa torre es una experiencia muy hermosa.

(Vista de la Plaza del Trocadero desde la segunda planta)


A la hora señalada quedamos debajo de la Torre Eiffel con las profesoras y los alumnos que tenían miedo a las alturas. No perdimos mucho tiempo en las tiendas, ya que Pepi insistía que ella conocía lugares más baratos para comprar. Había que hacerle caso: lleva yendo a París dos o tres veces al año desde hace 20 años y es la mejor regateadora que uno puede conocer.
Fuimos a Versalles en un tren de cercanías. Tardamos unos veinte minutos, con cambios de vagón por desconfianza de algunos pasajeros jóvenes que se podría decir que no tenían muy buena pinta. Nos bajamos bastante cerca del Palacio de Versalles, lo único que íbamos a ver importante de la ciudad.
(Nosotros en la entrada del Palacio de Versalles)


Sentirte parte del palacio es indescriptible. La entrada, parecida a las puertas del Olimpo de la película “Herculés”, era de oro y acero, Había que andar muchos metros sobre adoquines arenosos hasta la entrada del edificio, entera de oro. En cuanto entramos, nos saludó una grandiosa escalera de mármol, con figuras del mismo material. Luego entramos en la Sala de los Espejos, una sala con muchísima historia: en ella se casaron Luis XVI y María Antonieta, y se firmó el Tratado de Versalles (1919). Como su propio nombre indica, esta repleta de espejos. Te miras en ellos y te imaginas con un traje de época, bailando y disfrutando de las finas costumbres de esos graciosos bailes. Techos altos con frescos, relieves en las paredes de mármol, oro y bustos por doquier. Los dormitorios de la corte eran bastante curiosos, pues tenían camas cortas y altas, con pomposos decorados.
Luego, visitamos el Jardín, el enorme jardín donde, en el lago, Luis XVI “jugaba” a emboscadas con barcos pequeños. Estuvimos bastante tiempo allí, ya que Pepi nos había dicho que hacía muchos años que no habían visto tan claro el día en Versalles, aunque hiciera frío y viento. Los césped estaban detalladamente cuidados y cada fuente o arroyo tenía estatuas neoclásicas. La visita al Palacio terminó al poco, ya que nuestras tripas rugían violentamente.
(Todos los "parisinos" en el Jardín de Versalles)

Nos dejaron sueltos (sí, como animalitos) en una calle “barata” de Versalles. Había varios McDonald’s y restaurantes de comida rápida que también hay en España, pero los que siempre íbamos juntos coincidimos en que debíamos conocer un poco más de la comida francesa. No nos lo tomamos muy al pie de la letra ese día porque los restaurantes franceses eran bastante caros; ese día comimos en Bufallo Grill, una especie de Foster Hollywood de aquí. Comí pollo a la plancha con especias… delicioso.
Para bajar ese atracón andamos por las calles de Versalles, viendo las tiendas y disfrutando de ese aire tan… majestuoso. Luego tomaron el postre en el McDonald’s… porque es verdad que los McFlurrys de Kit-Kat son los mejores helados que encontramos allí. Tomamos al poco el tren de cercanías para volver a París. Fue bastante divertido, porque hubo una ronda de chistes capitaneada por los que tienen más arte para contarlos de todo el curso.

1 comentario:

  1. VErsalles que hermoso lugar y mas cuando vosotros...almas alegres entrasteis por sus puertas.Besitos

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